¡No soy un mal limo!

Tensei shitara Slime Datta Ken

En la tierra de los isekais había una serie de novelas que querían ser adaptadas. Eran un buen isekai; sí, tenían los fallos habituales del género como un héroe quizás demasiado dopado y una ligera tendencia al harem, pero eran un buen isekai que sabía brillar por el carisma de su protagonista. El protagonista, por supuesto, era un humano que había aparecido en otro mundo, pero tenía la particular forma de un limo y destacaba más por su sencillo buen hacer que por sus deseos de gloria o fama. Rimuru era fuerte y era algo pervertidillo, pero principalmente era un tipo con sentido común que no deseaba otra cosa que vivir en paz y descubrir las maravillas que ante él presentaba esa segunda vida.

Y el isekai funcionó, al menos en un principio. La animación no era puntera pero tampoco deficiente, y el diseño de personajes era simpático por su uso de colores vivos a pesar de esos destellos de harem en forma de secretaria o miko. La acción funcionaba por la simple fuerza avasalladora del protagonista, la comedia estaba muy presente y, en general la serie era muy simpática. El ver como Rimuru construía un pequeño reino en base a alianzas con todas las razas que conocía y a las que lograba unificar bajo un manto de paz era tan ameno como ingenuamente alegre.

Pero llegó la segunda temporada y las dificultades emperazaron para nuestro buen isekai que hasta entonces tan gratificante había sido. El ritmo extrañamente tranquilo que había permitido cimentar la serie y justificar bien a sus personajes saltó por los aires. Algún malvado director de un conglomerado multimedia japonés pensó que el anime no debía de ser otra cosa que una herramienta comercial para publicitar las novelas y que su ritmo no importaba. Así pues, todo se aceleró y Rimuru se vio luchando contra enemigos a gran velocidad con desarrollos mucho más acelerados porque el ritmo natural de la serie quizás habría llevado a esta a finalizar con el muy flojo arco de la batalla contra un dragón tan gigantesco como soso y había que acabarlo de una forma más potente por extraña sensación de pegote que tuviera todo al final. Y esa fue la batalla de este isekai, tenía una buena base, tenía un carisma y una simpatía inmensa, pero la suya fue también una triste aventura en la que claramente fue de más a menos para acabar con un final si no anodino si tristemente poco grandilocuente.