Damas y caballeros, me llamo Quentin... y me molo

Malditos Bastardos

Quentin Tarantino es uno de esos directores que, con una filmografía que apenas alcanza la media docena de películas, es inconfundible. Y así, en esta película, cuando vemos que esta dividida en capítulos y que la primera escena son varias miradas a un coche que se acerca en la distancia de la pradera mientras oímos música que parece una mezcla de clásica y Ennio Morricone... sabemos que estamos ante una película de Tarantino. Y Tarantino no engaña, esta es una película simple y llana donde se dedica a experimentar algo con las formas, dar rienda suelta a sus particulares y celebrados diálogos y a divertirse, a divertirse como un niño.
Basicamente la película nos coloca frente a un selecto grupo de salvajes cuya máxima aspiración es convertirse en las pesadillas de los nazis. Y Tarantino disfruta con unos personajes que sueltan una brutalidad detrás de otra y que a mitad se dedican a discutir de nimiedades, ese es su estilo y lo que los espectadores esperamos de él. Y así tenemos a un Brad Pitt en ese rol de hijo de puta que disfruta siéndolo que tanto adora hacer, y junto a él una galería de actores cuasi anónimos a los que regala esos personajes tan carismáticos que pueblan sus cintas. Si completamos el reparto con un villano sencillamente prodigioso tenemos una cinta bastante decente. Y si la contemplamos con algunas de las escenas más violentas del año y la facilidad de Tarantino para rodar "la nada" tenemos una de las películas más interesantes -y disfrutables- del año.
La película quizás peque de demasiado autocomplaciente, Tarantino sabe que va a triunfar entre sus adeptos... y eso le libera de cualquier regla cinematográfica. Así pues, la historia principal de la chica nos brinda un primer acto prodigioso que además sirve para conocer al villano de la película, pero es verdaderamente irrelevante de cara al resultado final de la cinta. Así mismo, a algunos de los bastardos no llegamos a conocerlos. Además la película muestra a un Hitler demasiado caricaturizado, ni mucho menos estoy a favor de la figura de Hitler, pero historicamente este hombre seguramente fue el más importante e influyente del siglo XX e, indudablemente, era un orador prodigioso; por poco que nos guste Hitler no creo que sea correcto representarlo como un bufón. Pero ante estos ligeros "peros", la película nos da decenas de escenas para el recuerdo. Escenas largas, eternas, donde buenos y malos se miran con falsas sonrisas en un extraño y macabro juego que suele acabar con un baño de sangre terriblemente salvaje y más terriblemente breve aún. Escenas como la inicial o la de la taberna son sencillamente antológicas. Tenemos también todos esos pequeños flashback alocados propios del cine actual rodados e insertados en el montaje final de la película con la maestría del revolucionario de las formas que es este director americano. Y tenemos, además, uno de los finales más gamberros e irreverentes de la historia, pero un final glorioso y disfrutable como pocos.
Dos horas y media que se pasan en un suspiro y en las que asistimos a un desfile de gamberrismo en formas y contenido del gran Quentin Tarantino. Una película absolutamente recomendable.