Viaje Alucinante II
Equiparar a Asimov con Cervantes puede parecer exagerado, pero sinceramente dudo que el orgullo literario de España pueda darme tantas buenas horas de literatura como me las ha dado el Buen Doctor. No obstante, hay cierto paralelismo entre el Asimov de este libro y el Cervantes de 1615. Viaje Alucinante fue un libro que me encantó, pero del que Asimov renegaba debido a sus ineptitudes científicas. Era aquella una historia ligera, muy Verniana en su desarrollo, y Asimov la adaptaba a la perfección. Sin embargo el padre de la Fundación y las Leyes de la Robótica no se quedó satisfecho con ella, y eso le llevó a escribir esta reinterpretación de la aventura de la miniaturización.
Y esta secuela la escribió el Asimov de los ochenta, un escritor que creo que entonces estaba demasiado obsesionado por las computadores y la ligereza con la que las había ignorado en otras novelas. Esta novela, con un principio que nos regala al mejor Asimov, después se diluye en un excesivo interes en lo científico digno de Michael Crichton, entre ello y la sensación enmendar la poca profundidad del primer viaje al interior de una persona como si de un Quijote de Avellaneda se tratara, la novela pierde esa frescura y sencillez que hacen tan grande la obra de este autor.
Es un viaje alucinante, pero Asimov tiene más interes en mostrarnos su idea científica realista que en llevarnos al corazón como en esa gran escena de la primera novela. Es también oscura, como todas las novelas que ese Asimov ya padeciente de Sida escribía, aunque no trata de unirla al calendario global en el que consiguió aunar gran parte de sus novelas. Reflexiva sobre la vida y la muerte y sobre la propia humanidad (aquí el telón de fondo de la guerra fría sigue existiendo), es una novela que creo que gasta más páginas en descripciones de fenómenos fisico-químicos que en el desarrollo de sus excelentes protagonistas.
Entretenida y vibrante, constituye un buen contrapunto a su primera parte, pero también está lejos de ser una de las mejores obras del autor.
Equiparar a Asimov con Cervantes puede parecer exagerado, pero sinceramente dudo que el orgullo literario de España pueda darme tantas buenas horas de literatura como me las ha dado el Buen Doctor. No obstante, hay cierto paralelismo entre el Asimov de este libro y el Cervantes de 1615. Viaje Alucinante fue un libro que me encantó, pero del que Asimov renegaba debido a sus ineptitudes científicas. Era aquella una historia ligera, muy Verniana en su desarrollo, y Asimov la adaptaba a la perfección. Sin embargo el padre de la Fundación y las Leyes de la Robótica no se quedó satisfecho con ella, y eso le llevó a escribir esta reinterpretación de la aventura de la miniaturización.
Y esta secuela la escribió el Asimov de los ochenta, un escritor que creo que entonces estaba demasiado obsesionado por las computadores y la ligereza con la que las había ignorado en otras novelas. Esta novela, con un principio que nos regala al mejor Asimov, después se diluye en un excesivo interes en lo científico digno de Michael Crichton, entre ello y la sensación enmendar la poca profundidad del primer viaje al interior de una persona como si de un Quijote de Avellaneda se tratara, la novela pierde esa frescura y sencillez que hacen tan grande la obra de este autor.
Es un viaje alucinante, pero Asimov tiene más interes en mostrarnos su idea científica realista que en llevarnos al corazón como en esa gran escena de la primera novela. Es también oscura, como todas las novelas que ese Asimov ya padeciente de Sida escribía, aunque no trata de unirla al calendario global en el que consiguió aunar gran parte de sus novelas. Reflexiva sobre la vida y la muerte y sobre la propia humanidad (aquí el telón de fondo de la guerra fría sigue existiendo), es una novela que creo que gasta más páginas en descripciones de fenómenos fisico-químicos que en el desarrollo de sus excelentes protagonistas.
Entretenida y vibrante, constituye un buen contrapunto a su primera parte, pero también está lejos de ser una de las mejores obras del autor.
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